Las elecciones en Líbano e Irán y el golpe de Estado en Honduras son importantes no sólo inherentemente sino también por las reacciones internacionales que han suscitado. La ausencia de reacción ante un acto de piratería israelí en el Mediterráneo es un pie de página…
El Líbano. Las elecciones del 7 de junio en el Líbano fueron recibidas con euforia por la corriente principal de opinión pública.
“Me encantan las elecciones libres y justas”, escribió el 10 de junio el columnista del New York Times Thomas Friedman — . “En Líbano, fue algo genuino, y los resultados fueron fascinantes: el presidente Barack Obama derrotó al presidente iraní Mahmud Ahmadinejad”, apuntó.
Crucialmente, “una sólida mayoría de todos los libaneses — musulmanes, cristianos y drusos — votó por la coalición del 14 de Marzo encabezada por Saad Hariri”, candidato respaldado por Estados Unidos e hijo del asesinado ex primer ministro Rafik Hariri.
Debemos dar crédito a quien se lo merece por este triunfo de elecciones libres (y de Washington): “Si George Bush no se hubiera enfrentado a los sirios en 2005 — forzándolos a salir del Líbano después del asesinato de Hariri — estas elecciones libres no hubieran sucedido”, escribió Friedman. “Bush creó el espacio (durante su discurso en El Cairo), Obama ayudó a avivar la esperanza”, precisó.
Dos días después, los puntos de vista de Friedman tuvieron eco en una columna de opinión del Times escrita por Elliot Abrams, reconocido integrante del Consejo de Relaciones Exteriores de Estados Unidos que anteriormente fue funcionario de alto rango en las administraciones de los presidentes Ronald Reagan y George Bush hijo: “La votación en el Líbano pasó cualquier prueba realista (…). Los libaneses tuvieron la oportunidad de votar contra Hizbollah y la aprovecharon”.
Cualquier “prueba realista”, no obstante, podría incluir la votación real. La coalición 8 de Marzo, basada en Hizbollah, ganó aproximadamente con la misma proporción que Obama contra McCain en noviembre, con cerca del 54 por ciento del voto popular, según cifras del Ministerio del Interior libanés.
Por consiguiente, según el argumento Friedman-Abrams, deberíamos estar lamentando la victoria de Ahmadinejad sobre Obama.
Al igual que otros, Friedman y Abrams se están refiriendo a los representantes del Parlamento. Estas cifras son tergiversadas por el sistema de votación confesional de Líbano, que reduce drásticamente el número de asientos otorgados a la más grande de las sectas, los chiítas, que respaldan abrumadoramente a Hizbollah y a su aliado Amal.
Sin embargo, como lo han señalado algunos analistas de los más serios, las reglas fundamentales “confesionales” de Líbano afectan negativamente “las elecciones libres y justas” en formas aún más importantes. El analista político Assaf Kfoury observa que las reglas fundamentales no dejan espacio para los partidos no sectarios y erigen una barrera que evita la introducción de políticas socioeconómicas y otros temas reales en el sistema electoral.
Para Kfoury, esas reglas abren la puerta a “interferencia externa masiva”, menor participación de votantes y “manipulación y compra de votos”, todo ello peculiaridades de las elecciones de junio, aún más que antes.
Por tanto, en Beirut, la capital que alberga a casi la mitad de la población del Líbano, menos de una cuarta parte de los votantes elegibles pudo votar sin regresar a sus normalmente remotos distritos de origen. El efecto es que los trabajadores migrantes y las clases más pobres efectivamente son privados de sus derechos civiles en “una forma extremadamente injusta, al estilo libanés”, favoreciendo las clases privilegiadas y pro occidentales.
Irán. Al igual que el Líbano, el propio sistema electoral de Irán viola derechos básicos. Los candidatos deben ser aprobados por clérigos gobernantes, facultados para prohibir políticas con las que discrepan, y de hecho lo hacen.
Los resultados electorales del Ministerio del Interior de Irán carecieron de credibilidad tanto por la forma en que fueron publicados como por el mismo resultado, disparando una enorme protesta popular brutalmente reprimida por las fuerzas Aarmadas de los clérigos gobernantes. Tal vez Ahmadinejad pudo haber ganado la mayoría si los votos hubieran sido contabilizados justamente, pero los gobernantes aparentemente no estaban dispuestos a arriesgarse.
Desde las calles de Teherán, la corresponsal Reese Erlich escribió: “Es un genuino movimiento de masas iraní integrado por estudiantes, trabajadores, mujeres y gente de clase media” y, posiblemente, la mayoría de la población rural.
Eric Hooglund, catedrático y experto en Irán rural, describe un respaldo “abrumador” para el candidato opositor Mir Husein Musavi entre la gente de las regiones que ha estudiado, y un “ultraje moral palpable por lo que llegó a creerse como el robo de su elección”.
Es altamente improbable que las protestas dañen al régimen clerical-militar a corto plazo pero, como observa Erlich, “está sembrando las semillas para luchas futuras”.
Israel-Palestina. No deberíamos olvidar unas elecciones auténticamente “libres y justas” realizadas recientemente en Oriente Medio — en Palestina, en enero de 2006, ante las que Estados Unidos y sus aliados respondieron castigando a la población que votó “equivocadamente” — .
Israel impuso sitio a Gaza y, el invierno pasado, atacó sin misericordia.
Apoyándose en la impunidad que recibe como cliente de Estados Unidos, Israel ha reforzado una vez más su bloqueo secuestrando a Espíritu de Humanidad, embarcación del movimiento Gaza Libre, en aguas internacionales, y forzándolo a atracar en el puerto israelí de Ashdod.
La embarcación había salido de Chipre, donde se inspeccionó el cargamento: medicinas, materiales de reconstrucción y juguetes. Entre los defensores de derechos humanos a bordo se encontraba la ganadora del Premio Nobel Mairead Maguire y la ex congresista norteamericana Cynthia McKinney.
El crimen a duras penas evocó un bostezo — con cierta justicia, se podría argumentar, dado que durante décadas Israel ha estado secuestrando botes que viajan entre Chipre y Líbano — . Entonces, ¿para qué molestarse en reportar este último ultraje de un Estado bribón y su jefe?
Honduras. Centroamérica también escenifica un crimen relacionado con elecciones. Un golpe militar en Honduras ha depuesto al presidente Manuel Zelaya y lo ha expulsado del país.
El golpe repite lo que el analista en asuntos latinoamericanos Mark Weisbrot llama “una historia recurrente en Latinoamérica”, enfrentando a “un presidente reformista respaldado por sindicatos laborales y organizaciones sociales con una elite política corrupta, mafiosa, gobernada por las drogas, acostumbrada a escoger no sólo la Suprema Corte y el Congreso sino también al presidente.
La corriente principal de opinión pública describe al golpe como un desafortunado regreso a los malos días de hace décadas. Pero eso es equívoco. Se trata del tercer golpe de Estado en la última década, todos ellos conformando la “historia recurrente”.
El primero, en Venezuela en 2002, fue respaldado por la administración de Bush que, empero, se retractó luego de agudas críticas latinoamericanas y de la restauración del gobierno elegido a través de manifestaciones populares.
El segundo, en Haití en 2004, se concretó a manos de los torturadores tradicionales del país, Francia y Estados Unidos. El presidente electo, Jean Bertrand Aristide, fue llevado en secreto a áfrica Central.
Lo novedoso del golpe en Honduras es que Washington no lo ha respaldado. En cambio, Estados Unidos se unió a la OEA y se opuso a la toma de poder, aunque vociferó una condena más suave que otros, y no ha actuado al respecto. Contrariamente a lo que han hecho países vecinos, Francia, España e Italia, Estados Unidos no ha retirado su embajador.
Sobrepasa la imaginación que Washington no tuviera conocimiento anticipado de lo que se fraguaba en Honduras, país altamente dependiente de la asistencia estadounidense y cuyo ejército es armado, entrenado y asesorado por Estados Unidos.
Las relaciones militares han sido estrechas desde la década de los ’80, cuando Honduras fue base de la guerra terrorista del presidente Reagan contra Nicaragua. Que la “historia recurrente” se repita una vez más depende en gran medida de las reacciones dentro de Estados Unidos.