Un titular de la CNN, informando sobre los planes de Obama para su discurso del 4 de junio en El Cairo, Egipto, reza así: “Obama intenta llegar al alma del mundo musulmán”. Tal vez sirva eso como descripción de intenciones, pero más significativo es el contenido velado por la retórica, o más que velado, omitido.
Limitándose a Israel-Palestina — nada substantivo dijo sobre ninguna otra cosa–, Obama llamó a árabes e israelíes a no “señalarse con el dedo” unos a otros y a no “ver este conflicto exclusivamente desde uno u otro lado”.
Hay, sin embargo, un tercer lado, el de los EEUU, que han jugado un papel decisivo en el mantenimiento del actual conflicto. Obama no ha proporcionado indicio alguno de que ese papel vaya a cambiar. Ni siquiera de que se vaya a reconsiderar.
Quienes estén familiarizados con la historia concluirán racionalmente, pues, que Obama seguirá por la misma senda del rechazo sistemático norteamericano.
Obama volvió a alabar la Iniciativa árabe de Paz, limitándose a decir que los árabes deberían verla como “un importante comienzo, pero no como el fin de sus responsabilidades”. ¿Y cómo habría de verla la administración Obama?
Obama y sus asesores son sin duda conscientes de que la Iniciativa reitera el inveterado consenso internacional llamando a un acuerdo biestatal sobre el perfil de la frontera internacional (anterior a junio de 1967), tal vez con “pequeñas y recíprocamente acordadas modificaciones”, por servirnos de la locución habitualmente empleada por los EEUU antes de apartarse radicalmente del consenso internacional en la década de los 70. Es decir, cuando los EEUU vetaron una resolución del Consejo de Seguridad de la ONU, respaldada por los “Estados en confrontación” árabes (Egipto, Irán, Siria) y, tácitamente, por la OLP, con un contenido substancialmente análogo al de la Iniciativa árabe de Paz, salvo que esta última va un poco más allá, llamando a los Estados árabes a normalizar sus relaciones con Israel en el contexto de este acuerdo político.
Obama ha llamado a los Estados árabes a avanzar en la normalización, ignorando premeditadamente, sin embargo, el acuerdo político crucial que es condición necesaria de toda normalización. La iniciativa no puede ser un “comienzo”, si los EEUU siguen negándose a aceptar sus principios fundamentales, y aun a reconocerlos.
En el trasfondo está el objetivo de Obama, enunciado del modo más claro por el Senador demócrata por Massachusetts John Kerry, presidente del Comité de Relaciones Exteriores del Senado: forjar una alianza entre Israel y los Estados árabes “moderados” contra Irán. El término “moderado” no tiene nada que ver con el carácter del Estado, sino que apunta antes bien a la disposición a amoldarse a las exigencias de los EEUU.
¿Cómo responderá Israel a los primeros pasos normalizadores de los árabes? La posición más firme hasta ahora enunciada por la administración Obama es que Israel debería conformar su conducta a lo previsto en la Fase I de la Hoja de Ruta de 2003, que reza así: “Israel congela toda actividad de asentamiento (incluido el crecimiento natural de los asentamientos)”. Todas las partes dicen aceptar la Hoja de Ruta, pasando por alto el hecho de que Israel se apresuró a añadir 14 reservas que lo hacían inviable.
En el debate sobre los asentamientos se pasa por alto que, aun si Israel llegara a aceptar la Fase I de la Hoja de Ruta, eso dejaría en pie todo el proyecto de asentamientos que ha sido ya puesto por obra — con el decisivo apoyo de los EEUU–, a fin de que Israel se haga con el control del valioso territorio en que está enclavado el ilegal “muro de separación” (incluidos los suministros básicos de agua de la región), así como del Valle del Jordán, aprisionando así el territorio restante, fragmentado en cantones por unos saledizos de la infraestructura de asentamientos que penetran profundamente en dirección al levante.
Tampoco se menciona que Israel se hace con el control del Gran Jerusalén, emplazamiento de sus más importantes programas actuales de desarrollo, desplazando a muchos árabes, de modo que lo que les resta a los palestinos quedará separado del centro de su vida cultural, económica y sociopolítica.
Queda igualmente sin mención que todo eso es una violación del derecho internacional, según admitió el propio gobierno de Israel luego de la conquista de 1967 y lo reafirmaron las resoluciones del Consejo de Seguridad y la Corte Internacional de Justicia. Ni se mencionan tampoco las exitosas operaciones emprendidas por Israel a partir de 1991 para separar de Gaza la Franja Occidental: Gaza se ha convertido en una cárcel en la que la supervivencia es simplemente imposible, lo que ha contribuido a socavar las esperanzas en un Estado palestino viable.
Vale la pena recordar que ha habido una interrupción en la actitud estadounidense e israelí de rechazo sistemático. El presidente Clinton reconoció que los términos por él ofrecidos en las fallidas reuniones de Camp David en 2000 no resultaban aceptables para ningún palestino, y en diciembre de ese mismo año propuso sus “parámetros”, vagos pero más prometedores. Luego anunció que ambas partes tendrían que aceptar los parámetros, aunque ambas tuvieran reservas.
Los negociadores israelís y palestinos se reunieron en Taba, Egipto, para limar diferencias, e hicieron notables progresos. Podría llegarse a un pleno acuerdo en unos pocos días, declararon en la conferencia de prensa conjunta que ofrecieron al final de la reunión. Pero Israel interrumpió prematuramente las negociaciones, y no volvieron a reiniciarse. Esa única excepción muestra que si un presidente norteamericano se empeña en que haya negociaciones diplomáticas en serio, es muy probable que las haya.
También vale la pena recordar que la administración de George W. Bush fue algo más allá del uso de las palabras al poner objeciones a los asentamientos ilegales israelís: lretiró el apoyo económico de los EEUU a esos asentamientos. En cambio, los funcionarios de la administración Obama declararon “no se están considerando” medidas de ese tipo, y que cualquier presión a Israel para que se allane a los términos de la Hoja de Ruta tendrá que ser “sobre todo, simbólica”, según informó el New York Times (Helen Cooper, 1 de junio).
Unos pocos brochazos más añadidos por Obama a la fosca imagen que pintó en su ampliamente publicitado discurso al mundo musulmán en El Cairo el pasado 4 de junio no bastan para despejarla de sombras.